Este 1 de septiembre, empezó una nueva época del sistema judicial en México.
Es ya bien sabido cuál fue el proceso por medio del cual, se ha realizado la designación de quienes tomarán las riendas en la más alta curul; polémico sin duda alguna.

Pero al final de cuentas, lo que importará serán los resultados. Si los ministros trabajan por la justicia, por la verdadera justicia: imparcial, ciega, pronta, oportuna, humanista… entonces habremos avanzado.
Pero si solamente cambió la forma, y no el fondo; se habrá perdido tiempo, más tiempo, otra vez.
Y es que la importante labor que las personas designadas han asumido, es de gigantesca responsabilidad y trascendencia para la vida social, no solo de México, sino de nuestro país e, incluso, su relación con otros Estados del mundo y las organizaciones internacionales.
En un mundo globalizado en el que los países democráticos se han comprometido al cumplimento del respeto a los derechos humanos y a procurar alinearse en torno a ellos, en las relaciones que tiene entre sí y con las organizaciones independientes; será fundamental el actuar de nuestra Suprema Corte, y su relación con los demás poderes (entiéndase todos: políticos, económicos, informativos y demás)

Si la SCJN, se queda corta, el país seguirá sufriendo las mismas complejidades de décadas. La justicia es y debe ser para toda persona, una esperanza de paz, de equidad, de fraternidad, de progreso, del bienestar que hoy tanto se pregona.
La SCJN, como máxima tribuna jurídica del país, es quien debe velar porque se cumpla con lo dispuesto en el artículo primero de nuestra Carta Magna, por cuanto hace a la promoción, respeto y protección de los derechos humanos. Así deberá ser, no hay más opción.
Demos pues un voto de confianza. Vamos haciendo lo propio, cumpliendo nuestro deberes cívicos, sociales, familiares. Y seamos a la vez vigilantes férreos, para que la exigencia esté día con día en esa búsqueda de la armonía social.
Por nuestro México, que sea para bien.